La jaula del ruiseñor

En los tiempos de Salomón, el mejor de los reyes, un hombre compró un ruiseñor que tenía una voz excepcional. Lo puso en una jaula donde al pájaro nada le faltaba, y este cantaba durante horas y horas, para admiración de los vecinos. Un día en que la jaula había sido colocada en un balcón, se acercó otro pájaro, le dijo algo al ruiseñor y se fue volando. Desde aquel instante el incomparable ruiseñor permaneció en silencio.

El hombre, desesperado, llevó a su pájaro ante el rey profeta Salomón, que conocía el lenguaje de los animales, y le pidió que le preguntase por las razones de aquel mutismo.

El pájaro le dijo a Salomón:
- Antaño no conocía ni cazador ni jaula. Entonces me enseñaron un apetecible cebo y, empujado por mi deseo, caí en la trampa. El cazador de pájaros se me llevó, me vendió en el mercado, lejos de mi familia, y me encontré en la jaula del hombre que aquí ves. Empecé a lamentarme día y noche, lamentaciones que ese hombre tomaba por cantos de agradecimiento y alegría. Hasta el día que otro pájaro vino a decirme: “Deja ya de llorar porque es por tus gemidos por lo que te guardan en esta jaula”. Entonces decidí callarme.

Salomón tradujo estas frases al propietario del pájaro.

El hombre se dijo: "¿Para qué guardar un ruiseñor si no canta?". Y lo puso en libertad.

El pájaro volvió a cantar.
 “Cuando el soberano puede interpretar todos los lenguajes de la naturaleza, tiene que poner ese excepcional conocimiento al servicio de sus súbditos"

(Cuento Sufí, encontrado en “Le circle des menteurs”,  de Jean-Claude Carrière)

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