A un sabio afamado por su sabiduría y por su ingenio le preguntaron una vez por qué se servía con tanta frecuencia de historias sencillas para explicar una gran verdad.
Eso -dijo el sabio- puede ser explicado mejor por medio de una parábola. Una parábola sobre la Parábola.
- Hubo un tiempo en que la Verdad andaba entre las gentes, sin adorno alguno, tan desnuda como la Verdad misma. Quienquiera que la veía miraba hacia otro lado, temeroso y avergonzado, porque no querían mirarla cara a cara. La Verdad vagó entre las gentes de la Tierra, siendo mal recibida, rechazada y considerada persona no grata. Un día, sola y sin amigos, se encontró con la Parábola que marchaba por allí muy satisfecha, vestida con ropajes hermosos y coloreados.
- Verdad, ¿cómo estás tan triste, tan afligida? -preguntó la Parábola con sonrisa jovial-
- Porque soy tan vieja y tan fea que la gente me evita -dijo la Verdad, con amargura-
-Tonterías -repuso, riendo, la Parábola-
- No es que te evite la gente. Toma prestadas mis ropas, vete entre la gente y mira lo que ocurra.
Así, la Verdad se puso algunos adornos encantadores de la Parábola y dondequiera que iba ahora era bien recibida.
El sabio sonrió y dijo:
-Los hombres no pueden encararse con la Verdad desnuda; la prefieren disfrazada con el ropaje de la Parábola.
“Conoced la Verdad y ella os hará libres”
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